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Lección de cocina
Lo primero un buen mandil, aunque sea con forro de amianto, y un gorro que cale bien por si se chamusca el pelo.

Vamos a trabajar con sustancias vítreas, fusibles, para ornamentar el plato. Será de hierro, cobre o bronce, aunque también se puede utilizar la cerámica. Sobre estas bases habrá que freír, guisar y asar silicatos, boratos de calcio y plomo o potasio.

Para no andar con prisas conviene ir calentando el horno. De entrada a 1200º de temperatura. Mientras se calienta vamos preparando mixturas para conseguir las salsas. Tenemos esencias como óxido de estaño, colorantes de hierro y cromo, arena, minio, sosa, la frita, etc...

Debemos tener a mano siempre un alambique y darle gracias a María la judía por inventar el "baño" que lleva su nombre.

Vamos con ingredientes potentes:

Un poco de sulfuro de plata para darle un toque de negro azulado, dentróxido de cobre para ese azul celeste que tanto nos gusta. Como no tenemos lechuga le ponemos un puñado de peróxido de hierro que nos dará un color verde y para ese blanco que lo está pidiendo a gritos, una pizca de óxido de estaño.

Si alguien quiere que el plato sea más potente le podemos añadir un óxido de hierro con manganeso, con el horno a toda potencia, y se pondrá negro. Y si añadimos al óxido de hierro un poco de cobre, se pondrá rojo tirando a morado.

Este plato no necesita ingredientes comunes como el ajo, la cebolla, el tomate o el perejil. Si se fundió bien y se precisaron las temperaturas y tiempos, el resultado puede ser espléndido.

Aún siendo así, puede que te chupes los dedos porque los tendrás quemados, llorarás por el humo de las emanaciones y la cebolla quedará en el recuerdo. Toserás como un tísico por la carraspera de los tóxicos como si hubieras comido varias ristras de ajos con guindillas; por el calor quedarás rojo como un tomate y si te intoxicas, cosa probable , cambiarás rápidamente del rojo al verde como si hubieras preparado una salsa con un bidón de perejil.

A este plato le va bien un albariño del Rosal.

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